EL SELA PLANTEÓ NUEVOS ENFOQUES DE NEGOCIACIÓN PARA LA CONFERENCIA MINISTERIAL DE LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DEL COMERCIO
Por José Rivera Banuet, Secretario Permanente del SELA
Caracas, 15 de diciembre de 2011.- En ocasión de la VIII Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que se llevó a cabo en Ginebra (Suiza) del 15 al 17 de diciembre de 2011, la Secretaría Permanente del Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA) elaboró el documento “El sistema multilateral de comercio: ¿la bicicleta puede pararse? Los retos del comercio para el desarrollo de América Latina y el Caribe”, el cual contiene los puntos de vista del organismo regional en relación con ese importante evento.
El documento señala que en octubre de 2011 se completaron 10 años desde el inicio de las negociaciones comerciales multilaterales de la Ronda Doha, conocidas como el Programa de Doha para el Desarrollo. Hasta el presente se ha avanzado sustancialmente en el tratamiento de la temática convenida, pero su conclusión final está muy lejos de acordarse. Mientras tanto, durante esta década el mundo ha seguido su rumbo y han sido sustanciales las transformaciones manifestadas en todos los campos, como podrían ser, entre otros, el surgimiento entre los países en desarrollo de nuevos interlocutores comerciales, los efectos devastadores del fenómeno del cambio climático, la crisis financiera y la crisis de la deuda de los países desarrollados, aún no superadas, el auge de los precios de las materias primas y los alimentos, las dificultades para solucionar la hambruna de una parte de la población mundial y la creciente importancia económica y comercial de los países en desarrollo.
El estancamiento de las negociaciones de la Ronda de Doha lleva al símil del pedaleo de una bicicleta y la liberalización del comercio, significando que la única manera de impedir que la bicicleta caiga es seguir pedaleando. La propia apertura ya lograda está amenazada por la pérdida del momento del esfuerzo liberalizador. Sin embargo, en los tres años que siguieron a la crisis financiera global, no se ha encontrado evidencia de que los países industrializados y en desarrollo estuvieran dispuestos a volver a un proteccionismo desenfrenado.
Los 153 países miembros de la OMC, y en particular los de América Latina y el Caribe, tienen interés en defender el sistema multilateral de comercio. Para los países de la región y para el desarrollo de un comercio más justo, es esencial el funcionamiento de un sistema de reglas que sea legítimo en la defensa de los derechos de todos y eficaz en la aplicación de las normas y procedimientos. No obstante, los compromisos derivados de la Ronda Uruguay aún reflejan un gran desequilibrio en términos de concesiones otorgadas por los países en desarrollo y las recibidas por los países industrializados que la Ronda de Doha se propone rectificar.
La existencia de la OMC y los compromisos contractuales de los gobiernos, indudablemente que actúan como freno a posibles acciones de protección del mercado interno. Empero, existen temores de que el fracaso cada vez más evidente de las negociaciones de la Ronda Doha pueda comprometer la credibilidad de la OMC como institución que simboliza la fuerza del sistema multilateral del comercio.
Si bien en todos las declaraciones recientes del G20, los Presidentes y Jefes de Estado incluyen un fuerte compromiso para llevar la Ronda Doha hacia una conclusión exitosa, las palabras no se han materializado en hechos. En el décimo año de desgastes con sucesivas prórrogas, las negociaciones se orientan a una solución que permita que el sistema de comercio multilateral pueda sobrevivir a los efectos de una ronda fracasada. Para ello podría ser conveniente que la OMC, como institución, pueda desvincularse del destino de la Ronda y afirmarse con una agenda renovada que articule la multiplicidad de intereses de sus miembros.
En efecto, como institución pública, la OMC debe ser apreciada a partir de una lógica pragmática, es decir, mirando si existen alternativas más viables. Para los defensores a ultranza de la liberalización comercial, el aumento en el número de participantes en el proceso de decisión aliado a la diversidad de intereses y prioridades individuales en una agenda compleja de negociaciones resta eficiencia al enfoque multilateral de la liberalización, favoreciendo las vías bilaterales y plurilaterales. Sin embargo, la vía multilateral permite un mejor equilibrio de poder entre participantes con diferentes capacidades de negociación, mientras que en el plano bilateral los países con baja capacidad de negociación son forzados a aceptar la agenda negociadora y los niveles de compromiso del negociador más fuerte.
La deuda de la OMC con el desarrollo se mantiene pendiente, principalmente con la gradual concentración de las negociaciones, en los últimos años, en la liberalización agrícola y manufacturera, y la virtual eliminación de la dimensión del desarrollo de las preocupaciones de los negociadores.
En los diez años de la Ronda de Doha, la región latinoamericana y caribeña aprovechó la bonanza de los precios elevados de los productos básicos para crecer a tasas elevadas y aplicar activas políticas sociales, por lo que la mayor parte de los países pudo ingresar en una etapa de crecimiento con mayor inclusión social. Pero la reducción permanente de las desigualdades en América Latina y el Caribe se podrá lograr solamente por medio de políticas de transformación productiva, que promuevan la productividad por la introducción de innovación tecnológica extendida a sectores y empresas de diferentes tamaños, así como por la creación sostenible de empleo de calidad y remuneración adecuada.
Las economías de América Latina y el Caribe estuvieron en capacidad de resistir los efectos de la crisis desatada en 2008, en razón a unas políticas macroeconómicas expansivas que amortiguaron los efectos de la contracción del crédito y el comercio pero que, aún así, significaron que la actividad económica de la región se contrajera en un 2%.
América Latina y el Caribe afronta una disyuntiva compleja, en función del bajo crecimiento esperado de las economías avanzadas. Por una parte, necesita que se mantenga la expansión de la demanda por los recursos naturales para ampliar y modificar, mediante procesos de agregación de valor y conocimiento, sus modalidades tradicionales de inserción en la economía mundial. Por otra parte, debe evitar que el enfrentamiento de la crisis comprometa las inversiones en la infraestructura humana, física e institucional, mejorando la competitividad sistémica, que es una precondición para un crecimiento con inclusión social. Sin inversiones en puertos, transporte multimodal, energía y comunicaciones, no puede haber cambios en la inserción internacional de la región, ni tampoco la integración regional puede expandirse y diversificarse.
En consecuencia, el actual escenario de elevada incertidumbre con la virtual paralización de las negociaciones de la Ronda de Doha y las fuertes aprehensiones ante las acciones de los gobiernos nacionales para la defensa de los efectos cambiarios en la competitividad de las empresas y el empleo, suscita nuevas demandas de cooperación internacional para el desarrollo, que permitan profundizar su integración productiva y comercial.
Conforme al reciente informe de la UNCTAD sobre Comercio y Desarrollo, la crisis mundial de 2008 – 2009 y la que se vaticina en 2012, indican la fragilidad de la economía mundial, la falta de un crecimiento sostenido y la necesidad de la reactivación económica, los cuales exigen tanto estabilidad de las condiciones macroeconómicas de los países desarrollados y en desarrollo, regulaciones monetarias, financieras y fiscales más estrictas, la profundización de los compromisos para el fomento del comercio mundial y la inversión en capital fijo, con miras a fortalecer la generación de empleo y reactivar la demanda, dentro de un marco de crecimiento sostenible.
Desde mediados de 2010, las economías avanzadas han perdido impulso en la recuperación y muestran señales de desaceleración. En 2012 el comercio internacional será más débil y se acentuarán los desequilibrios existentes a nivel global: menor crecimiento del PIB, déficits en cuenta corriente, elevado desempleo, alta liquidez, bajas tasas de interés, debilidad fiscal y crisis de la deuda en varios países europeos, incertidumbre fiscal y de la deuda en Estados Unidos y riesgo de inflación en China.
A diferencia de las economías avanzadas, los países en desarrollo se recuperaron rápidamente e inclusive superaron los niveles previos a la crisis y fueron responsables de gran parte del repunte en el comercio internacional de los últimos años, lo cual amortiguó los efectos de la crisis en los países desarrollados y facilitó recuperar la economía mundial. Su futuro económico se presenta prometedor debido a la aplicación de políticas macroeconómicas prudentes, la realización de reformas estructurales y el favorable ciclo en los precios de las materias básicas. Parte de este auge se puede explicar porque China se ha convertido en un socio fundamental para la mayoría de los países.
Las dificultades de los países industrializados afectan las economías de los países en desarrollo, pues se disminuye la demanda de los productos de estos y se ocasionan fuertes entradas de capital, con la consiguiente apreciación cambiaria.
Para hacer frente a esta situación la región cuenta con fortalezas como su crecimiento económico, la estabilidad macroeconómica, la caída del desempleo y de la pobreza, una clase media en expansión y abundantes recursos naturales. No obstante, esta región mantiene una estructura productiva y de exportaciones basada en productos básicos y manufacturas ligeras más que en producciones de mayor intensidad tecnológica, debido a sus rezagos en innovación, ciencia, tecnología y educación. Adicionalmente, es una región con importantes limitaciones en materia de infraestructura.
Por lo anterior cabe expresar que, tomado en cuenta la experiencia positiva que ha dejado la prudencia en las políticas macroeconómicas de América Latina y el Caribe en la primera década del siglo XXI, las necesidades de desarrollo actual y el abanico de posibilidades que ofrecen sus recursos naturales, constituyen elementos que ofrecen un espacio de oportunidades para la reactivación sostenible de la economía mundial, mediante nuevas formas de integración productiva, la profundización de la integración regional y la construcción de grandes proyectos de infraestructura, en una región de algo más de 600 millones de habitantes. Por ello, iniciativas como la Ayuda para el Comercio, la eliminación de los subsidios a la agricultura y la pesca previstos dentro de la Ronda Doha, así como la promoción de espacios para las inversiones productivas, son oportunidades que la economía mundial debe aprovechar para retornar a la senda del crecimiento de la producción y el comercio y responder a las necesidades de desarrollo.