¿QUÉ SUPONE EL CAMBIO CLIMÁTICO PARA AMÉRICA LATINA? (ANÁLISIS)
02 marzo 2011
Fuente: Publicado por Infolatam, España
Fuente: Publicado por Infolatam, España
Washington, 2 de marzo- América Latina es especialmente vulnerable al cambio climático debido a su geografía. Primero, la mayor parte de México y América Central se encuentra dentro del cinturón de huracanes, que ahora actúa con mayor fuerza y volatilidad como consecuencia del calentamiento global. En segundo lugar, las bajas zonas costeras de América Latina, -que incluyen sus muchas islas y varias áreas urbanas de la región- seguirán siendo amenazadas por el aumento del nivel del mar inducido por el calentamiento global. En tercer lugar, gran parte de la actividad urbana y agrícola de América del Sur depende del agua que procede de los glaciares andinos, que están siendo peligrosamente afectados también por el calentamiento. Todo esto amenaza la sostenibilidad de las poblaciones de la región y sus economías y, en concreto, la principal fuente de energía baja en carbono de la región -la energía hidroeléctrica.
No está nada claro cómo interactuarán estas inestabilidades medioambientales con las actuales fricciones geopolíticas en diferentes partes de la región. El cambio climático está a punto de impactar a América Latina al mismo tiempo que muchas de sus economías (particularmente el Cono Sur más Perú) están despegando y rompiendo con una dependencia cíclica tradicional de las principales economías avanzadas del mundo. Las economías de la región están finalmente diversificando su producción, su demanda interna, su comercio exterior y sus vínculos financieros. Algunas, como es el caso de Brasil, están convirtiéndose en pioneras en el desarrollo de políticas energéticas y de cambio climático. Sin embargo, la región sigue siendo vulnerable a los males tradicionales -desde la maldición del petróleo a la trampa de la deuda- que, por lo general, interactúan negativamente con las fuentes y los impactos del cambio climático antropogénico.
Comparada con EE.UU. y China (cada uno contribuye con más del 20 por ciento de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero del mundo), el impacto de América Latina en el calentamiento global es mucho menos significativo con casi un 10 por ciento. En términos per cápita, estas cifras corresponden a más de 23 toneladas métricas por persona en los Estados Unidos, en comparación con poco más de 10 toneladas métricas en América Latina. Esto se ha reducido desde 13 toneladas métricas durante los últimos veinte años.
Por otro lado, hay que hablar del patrón de las emisiones de gases de efecto invernadero de América Latina, que tiene una estructura distintiva y obedece a una dinámica diferente al de otras partes del mundo. Mientras que las emisiones de CO2 procedentes del uso de energía representan casi dos tercios del total de gases de efecto invernadero liberados de todas las fuentes en el mundo, en el caso de América Latina, el uso de la energía genera menos de un tercio de los gases de efecto invernadero de la región. La agricultura (una fuente principal de metano) y los cambios en los patrones de uso de la tierra, incluida la deforestación impulsada por el ganado, representan casi dos tercios del total.
Si quitamos todas las contribuciones de gases de efecto invernadero derivadas de los cambios en los patrones de uso de la tierra (principalmente, la deforestación), la participación de la región disminuiría a alrededor del 6 por ciento (en torno a 5 toneladas métricas per cápita), mientras que la contribución en términos relativos de EE.UU. continúa por encima del 20 por ciento. Pero si descontamos todas las emisiones de gases de efecto invernadero no relacionados con la energía, la contribución de América Latina podría caer aún más, a alrededor del 3 al 4 por ciento del total global (comparado al 19 por ciento de los EE.UU.), y a cerca de 4 o 5 toneladas métricas per cápita. Esto está en consonancia con las emisiones chinas per cápita de C02.
Lo que este perfil de emisiones transmite a los responsables políticos sobre América Latina es simplemente que el consumo energético de la región es menos sucio (en términos climáticos) que en la mayoría de lugares del mundo. Aunque América Latina depende todavía mucho del petróleo, que comprende el 44 por ciento de su matriz energética, frente al 35 por ciento en el conjunto del mundo, es menos dependiente respecto al carbón (4 por ciento comparado a la media global del 24 por ciento).
El carbón es, con mucho, la fuente de energía que emite más CO2. En su lugar, la región depende en gran medida de la energía hidroeléctrica a gran escala, que comprende aproximadamente el 25 por ciento de la mezcla de energía primaria de la región. En Brasil, la energía hidroeléctrica representa las tres cuartas partes de la mezcla de electricidad, una cuota incluso mayor que la famosa energía nuclear de Francia, mientras que en Paraguay la energía hidroeléctrica se acerca al 100 por 100 de la matriz eléctrica.
Sin embargo, para los representantes políticos la batalla contra la deforestación es incluso más importante que la “descarbonización” de la economía energética en América Latina. Esto es particularmente visible en Brasil, donde los biocombustibles añaden aún más energía baja en carbono a su matriz energética -el 25 por ciento de todos los combustibles para el transporte. Pero mientras la economía energética brasileña es relativamente limpia en términos de emisiones de carbono, la economía de Brasil en su conjunto contabiliza el nivel más alto de emisiones de gases de efecto invernadero en toda América Latina.
Esto haría pensar a algunos que el cambio hacia un futuro post-energía fósil es menos urgente América Latina que en otras partes del mundo. Dado el bajo nivel de emisiones de CO2 derivadas de la energía en toda la región, incluso si América Latina “descarboniza” su economía energética, habrá poco impacto respecto a la tasa de acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera global (ya que la clave a este respecto reside en los EE.UU. y en China). Sin embargo, la expansión de la ganadería -que conduce al incremento de las emisiones de metano y a la acumulación de CO2 por la tala de bosques inducida- contribuye significativamente al calentamiento global.
Los esfuerzos por detener la deforestación en los países en desarrollo -como el programa REDD+- han sido reconocidos como elementos fundamentales en la lucha contra el calentamiento global. Tristemente, mientras América Latina ha mejorado en lo que respecta a la generación de gases de efecto invernadero por cambios en el uso del suelo, sus tradicionalmente bajas emisiones de dióxido de carbono, generadas por la producción y consumo de la energía, se han incrementado considerablemente en los últimos años, aunque desde una base estrecha.
En definitiva, algunos países de América Latina pueden ver poca ventaja estratégica para emprender el esfuerzo arduo y costoso del despliegue de energías bajas en carbono a tiempo para contribuir al empeño global de evitar las peores manifestaciones del cambio climático. Sin embargo, muchos de estos países tienen mucho que ganar si hacen importantes esfuerzos para continuar con tal transformación en sus modeles energéticos simplemente porque ese compromiso sigue siendo a menudo la mejor forma de conseguir financiación internacional -no solo para esfuerzos de mitigación costosa, sino también para políticas de adaptación más costosa aún, que casi todos los países de América Latina necesitarán pronto.
Por otra parte, incluso sin la amenaza del cambio climático, muchos países de América Latina verían beneficio estratégico en desplazar los caros combustibles fósiles importados con fuentes autóctonas, renovables u otras fuentes bajas en carbono como una forma de reducir costes energéticos directos y liberarse de la dependencia potencialmente desestabilizadora de los recursos fósiles inestables y poco fiables -como la inestabilidad actual en el Medio Oriente pone en evidencia.