VENEZUELA, MERCOSUR, Y EL FUTURO DE LA INTEGRACIÓN REGIONAL
17 agosto 2012
Fuente: Publicado por MERCOSURABC.com.ar, Argentina<p/> Por Andrés Rivarola Puntigliano
Fuente: Publicado por MERCOSURABC.com.ar, Argentina<p/> Por Andrés Rivarola Puntigliano
Buenos Aires, 17 de agosto.- En un mundo globalizado, la pequeñez de los mercados nacionales (incluso el de Brasil), así como la disputa por los recursos naturales y consumidores con las grandes potencias globales, hace indispensable la incorporación de otros países al MERCOSUR. En este sentido, el ingreso de Venezuela es un paso en el sentido correcto. Pero más allá de la integración formal al MERCOSUR, lo decisivo es que los Estados miembros tengan claro que significa el ‘proyecto’, y que éste sea transformado en política de estado. No solo con arraigo entre elites, sino que, sobre todo, en la población.
La suspensión de Paraguay del MERCOSUR, y el ingreso de Venezuela no significan, como algunos vaticinan, el fin o decadencia de MERCOSUR. La crítica de este tipo no es nueva. La verdad es que a MERCOSUR lo están enterrando casi desde que nació. Sin embargo, 20 años después, “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Un análisis sobre lo que acontece en el MERCOSUR, debe tener en cuenta algunos datos de la realidad. Por un lado, que el proyecto sigue en píe y en algunos aspectos importantes se ha desarrollado. Por otro, que la voluntad política de seguir en la senda de la integración, por parte en los gobiernos de su eje central, Argentina-Brasil, se ha ido progresivamente fortaleciendo. La consolidación de este eje es un resultado contundente de los nuevos formatos de integración que son impulsados desde mediados de los años ochenta.
Pero no hay que engañarse, si bien la orientación común Argentino-Brasilera es una condición para la existencia de un proyecto de integración del Cono Sur, Sudamérica o Latinoamérica; no es suficiente para la profundización del mismo. En un mundo globalizado, la pequeñez de los mercados nacionales (incluso el de Brasil), así como la disputa por los recursos naturales y consumidores con las grandes potencias globales, hace indispensable la incorporación de otros países al MERCOSUR. En este sentido, el ingreso de Venezuela es un paso en el sentido correcto. Pero más allá de la integración formal al MERCOSUR, lo decisivo es que los Estados miembros tengan claro que significa el ‘proyecto’, y que éste sea transformado en política de estado. No solo con arraigo entre elites, sino que, sobre todo, en la población. En este sentido, el proyecto de integración parece todavía débil, y vulnerable. He aquí un problema fundamental.
Con respecto al ingreso de Venezuela y sus aspectos legales, el presidente del Uruguay, José Mujica, dejó la cosa muy clara al decir que, “lo político superaba largamente lo jurídico”. Desde un punto de vista realista, es así, el derecho internacional se forma con la acción los fuertes. Estos crean las reglas, y también las rompen cuando lo consideran necesario, así fue el caso de la invasión a Irak. Pero hasta los más realistas, o al menos algunos de ellos, comprenden que la fuerza tiene una utilidad limitada. Esta puede ayudar a una victoria a corto plazo, pero el control a largo plazo precisa mucho más. Requiere la internalización del poder por parte de los componentes del espacio que se pretende influenciar. En otras palabras, la hegemonía, o lo que hoy en día llaman ‘soft power’. El poder de las ideas, de la cultura, es aquí indispensable, pero hay algo más: el ‘orden’. La palabra ‘imperio’ viene del concepto de dominio, que está relacionado a una idea de mantener un orden establecido, que alejen la anarquía y la arbitrariedad. En este sentido, ningún gran poder en la historia ha logrado permanencia sin una propuesta y mantenimiento de un ‘orden’. Pueden romper reglas o incluso rehacerlas, pero solo logran dominar si su ‘idea fuerza’ se mantiene viva. Incluso contrariando lo que podrían ser sus propios intereses inmediatos. Es aquí donde los poderes hegemónicos encuentran mayor legitimidad, al ser percibidos como garantes de un orden ‘justo’, y no como prepotentes.
Si Brasil quiere ser una gran potencia mundial, tiene que tener en cuenta este punto. Vale decir, que la pretensión de que el MERCOSUR se convierta en la ‘quinta potencia mundial’, como ha dicho recientemente la Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, tiene que ir de la mano de una verdadera concientización y apoyo por los otros estados miembros, así como de sus pueblos. No se crea una potencia con datos agregados, o pintando un mapa. Estos son solo apariencias. Las potencias se crean en base a un sólido orden común que imponga respeto a fuerzas externas y fidelidad a las internas. Esto demanda una fuerte unión entre estados con visión a largo plazo. No se trata de que economistas saquen cuentas y digan que la unión ahora es viable, y si mañana la coyuntura no es favorable, recomiendan cambiar nuevamente de rumbo. Se trata de tener una conciencia clara del proyecto que se persigue.
He aquí unos puntos que espero contribuyan a la discusión sobre los obstáculos a superar para lograr una integración regional.
En primer lugar, se debe crear una conciencia geopolítica sobre el territorio que representa el marco espacial óptimo para el desarrollo de una unión regional, tomando en cuenta las condicionantes presentes y futuras del mundo que lo rodea. Desde la óptica actual de Brasil y Argentina, esto parece claro. El objetivo no es solo consolidar un espacio estatal de MERCOSUR, sino que Suramericano, extendiéndolo (aunque todavía no muy claramente) hacia el espacio Latinoamericano. La UNASUR y CELAC son señales en este sentido.
En segundo lugar, deben estar claros cuales son los valores comunes y marco jurídico que regirán las ‘reglas del juego’. Las Cartas Democráticas tanto en MERCOSUR como UNASUR son ejemplos de esto, así como la forma profunda y abierta con la cual se han procesado las violaciones a los derechos humanos durante los períodos dictatoriales recientes. La total intransigencia y unidad de acción con respecto a los acontecimientos en Venezuela (2002), Bolivia (2008), Honduras (2009) y Paraguay (2012) no da lugar a duda sobre el marco político que han impuesto las nuevas instituciones regionales. Ahora, este marco todavía es insuficiente. Si bien la introducción de Venezuela al MERCOSUR era geopolíticamente imprescindible, no hay duda que es una imposición al más chico, en este caso Paraguay. Lo mismo se da en otros ámbitos, ante lo cual los socios menores se han repetido reiteradas veces. El poder de atracción al proyecto de integración, requiere un orden respetado también por los grandes. Una profundización de las esferas supranacionales en los organismos regionales es un imperativo para brindar mayor credibilidad, legitimidad y eficiencia. Todos tienen que ceder para recibir, sobretodo quienes más se benefician de la unión: los países grandes.
En tercer lugar, Mujica está en lo cierto al decir que ‘sin la pata popular’, el MERCOSUR, no será suficientemente democrático. No solo se trata de reglas formales y declaraciones, tiene que fomentarse un espíritu nacional. Muchos han dicho esto, pero falta darle mayor contenido. Los proyectos de integración Hispanoamericanos, desde la emancipación, siempre han conllevado un alto grado de inclusión popular y espíritu democratizador. También han implicado el desarrollo de un espíritu nacional común y solidaridad por encima de fronteras. Este acervo integracionista existe, y algunos líderes actuales intentan fomentarlo. Ahora, esto no incluye automáticamente a Brasil. Si este país quiere ser potencia mundial y consolidar el espacio Suramericano, tiene que desarrollar sus lazos culturales y nacionales con la región. Como bien ha señalado Gilberto Freyre, hay una potente base común cultural en la hispanidad, lo que da también proyección global. Pero hay también una convergencia con otras culturas y valores que se van incorporando en la idea nacional Latinoamericana, dentro de la cual se puede consolidar un espacio territorial sudamericano. La mayor garantía para la integración, y la defensa de la soberanía, es el fomentar una visión geopolítica de masas. No hay mayor fuerza que una nación con conciencia geopolítica. Así fue en Estados Unidos, cuya primera manifestación institucional como nación, fue el llamado Congreso Continental, de 1776.
Siendo un pequeño espacio en Norteamérica, ya se proyectaban al ‘continente’. Lo mismo pueden hacer los Suramericanos.
En cuarto lugar, es necesario un proyecto económico con arraigo político. No es casual que ponga esto recién en cuarto lugar. La actual crisis en la Unión Europea, debería servir como advertencia para aquellos que creen que acuerdos económicos, sea tarifarios o monetarios, son suficientes para consolidar un proyecto ambicioso de integración. Digo ambicioso ya que las fuerzas que los han promovido siempre han querido más. Tanto en Europa, como en Sudamérica, se ha planteado desde sus antípodas integracionistas, la idea de un Estados Unidos de Suramérica y los Estados Unidos de Europa. Sin embargo, las dificultades inmediatas los han llevado hacia el intergubernamentalismo y a la ilusión de integración que puede dar el libre comercio. Pero la realidad de la geopolítica y el capitalismo mundial, les impone la disyuntiva de profundización o subordinación. La unión aduanera y la moneda única, no son posibles sin una unión económica, lo cual es un proyecto absolutamente político. En Sudamérica, la noción política de un proyecto económico nacional, sigue estando ligada a la idea del ‘desarrollo’. Por ellos me refiero a una ‘geopolítica del desarrollo’, cuyo arraigo popular solo se dará, si se incorpora a los pueblos.
El conflicto con Paraguay, y el ingreso desprolijo de Venezuela, no son en sí motivos que frenen el proceso de convergencia suramericano. Sí lo será, el que los votantes paraguayos y de otros países de la región, no se sientan incorporados y seducidos por la idea.