AMÉRICA LATINA EN LA GLOBALIZACIÓN
20 mayo 2013
Fuente: Publicado por ListinDiario.com.do, República Dominicana
Fuente: Publicado por ListinDiario.com.do, República Dominicana
Santo Domingo, 20 de mayo.- La reflexión se produjo en París, en el Coloquio Internacional Pensamiento Global, con motivo de celebrarse el cincuenta aniversario de la Fundación Maison des Sciences de l’Homme, un prestigioso centro de pensamiento estratégico francés, dirigido por el destacado sociólogo Michel Wieviorka.
Allí nos encontrábamos junto a los expresidentes Fernando Henrique Cardoso, de Brasil, y Ricardo Lagos, de Chile, así como del director de la Casa de América Latina, Alain Rouquié, un internacionalmente reconocido estudioso de los problemas de América Latina.
Igualmente se encontraba Ernesto Ottone, un connotado politólogo chileno, actualmente coordinador de la Cátedra sobre América Latina y la Globalización del Colegio de Estudios Globales de Francia.
Empezamos por abordar el proceso de transición democrática de América Latina a finales de la década de los setenta y principios de los ochenta. Acordamos que esa transición, la tercera que la región intentaba desde fines de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, además de factores internos, estuvo influida por factores externos, como fue el caso de la caída de la dictadura militar en Grecia, el desplome de los Salazar en Portugal y la muerte de Franco en España, los cuales dieron origen a procesos de apertura democrática en esos países.
La influencia de esos procesos en América Latina se produjo, entre otras razones, por la presencia en Europa, para esa época, de varios exiliados líderes políticos e intelectuales latinoamericanos, quienes en contacto con dirigentes de la socialdemocracia y la democracia cristiana europea empezaron a repensar la lucha política de la región, no en los términos tradicionales de socialismo versus fascismo, sino de democracia versus dictadura.
Pero, a diferencia de otras regiones del mundo, como es el caso de Asia, en el que países como Corea del Sur y Taiwán dieron el salto hacia la democracia a partir de un significativo proceso de desarrollo económico y social, en América Latina fue todo lo contrario.
En América Latina, el tránsito hacia la democracia se produjo cuando las dictaduras militares, además de carecer de legitimidad política, por sus constantes abusos de los derechos humanos, se evidenciaron incapaces de superar la crisis económica de la época, caracterizada por altos déficits presupuestarios, desempleo e inflación.
Ese hecho, según pudo analizarse en el panel, constituyó un aporte singular de América Latina al proceso global de la democratización, descrito por el eminente politólogo estadounidense, profesor de la Universidad de Harvard, Samuel Huntington, como “la tercera ola de la democracia”.
De manera paradójica, al ser la transición de América Latina a la democracia, no el resultado del progreso económico y social, sino al revés, la consecuencia de la combinación de una crisis económica, social y política, la misma coincidió con lo que la CEPAL denominó como la década pérdida de América Latina.
La persistencia de la crisis económica y social durante los años ochenta, condujo a muchos sectores a dudar de las ventajas del sistema democrático. En distintas encuestas, especialmente en las de Latinobarómetro, se reflejaba el desencanto con los nuevos gobiernos civiles electos, la desilusión con la democracia y hasta la voluntad de retroceder a un pasado autoritario si se garantizaba el derecho al pan.
Para solucionar esa crisis fue cuando se propuso el Consenso de Washington, que conforme al criterio de los integrantes del panel, constituyó un conjunto de medidas que procuraban el reordenamiento del gasto público, la privatización de empresas públicas, la eliminación de barreras a las inversiones extranjeras directas, la desregulación de los mercados y la liberalización de las finanzas y el comercio.
Organismos internacionales
Promovidas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, no sólo en América Latina sino a escala global, la aplicación de esas medidas, si bien contribuyeron a superar la anterior etapa de desequilibrios e hiperinflación, no garantizaron un crecimiento económico sostenido ni contribuyeron a reducir la pobreza y la desigualdad social.
Como resultado de esa situación es que, conforme al criterio compartido de los expositores, América Latina, a partir del 2002, entró en una tercera etapa de desarrollo económico y social, que esta vez sí alcanzó significativos niveles de crecimiento.
Claro está, esos sostenidos y notables niveles de crecimiento económico fueron logrados debido a la creciente demanda de China de materias primas de distintos países de la región. De esa manera, los astronómicos índices de crecimiento alcanzados por la economía china se convirtieron en la locomotora que impulsaba la economía latinoamericana durante la primera década del siglo XXI.
Una innovación latinoamericana durante esa reciente etapa de crecimiento económico fue el no considerar que ese crecimiento por sí mismo sería una fuente de prosperidad y bienestar para la población. Por primera vez en la región se aplicaron políticas proactivas de carácter social, como las de transferencia condicionada de recursos y el combate al hambre, que se tradujeron en resultados tangibles y medibles de reducción de la pobreza y mejoría de la calidad de vida.
La interrogante que quedó flotando en el ambiente intelectual parisino, reunido en el auditorio de la Casa de América de América Latina, era si aquel crecimiento espectacular alcanzado a lo largo de una década sería sostenible para la región.
La respuesta no se hizo esperar: lo sería en la medida en que se realizase una transformación productiva. En caso de que esa transformación no pudiese materializarse, entonces América Latina no tendría un futuro promisorio.
La transformación a la que se hace referencia implica el proceso de cambio o conversión de las materias primas o recursos naturales en bienes industriales con mayor valor agregado, con lo cual se multiplica la capacidad de generación de riqueza.
Con respecto a la crisis financiera y económica global, iniciada en el 2008, se determinó que por vez primera también en la historia, la región pudo eludir ser afectada por un fenómeno financiero de la magnitud del que todavía hoy se extiende por diversas economías del mundo.
A pesar de la severidad de la crisis, en América Latina ningún banco quebró, y si de alguna manera el crecimiento disminuyó, fue fruto del desplome del comercio internacional, que, a su vez, hizo caer los ingresos fiscales y, por vía de consecuencia, los niveles de inversión pública.
Pero, por demás, la manera en que la región logró sortear el peligro, prueba la eficacia de las reformas financieras realizadas con anterioridad a la crisis, el nivel de resistencia de sus economías y la capacidad de aplicación de políticas contra cíclicas.
En cuanto a los retos o desafíos que enfrenta la zona, se estimó, en palabras de Ernesto Ottone, que “si bien las democracias electorales se hayan fuertemente extendidas, su consistencia es aún frágil, los poderes no están debidamente balanceados y las instituciones continúan siendo precarias y poco inclusivas”.
De igual manera, los niveles de desigualdad en la distribución del ingreso se encuentran entre los más altos del mundo; y el grado de violencia generado por el narcotráfico y el crimen transnacional organizado, constituye en la actualidad una de las principales preocupaciones de la ciudadanía.
CELAC
A pesar de eso, sin embargo, América Latina puede presentar como aportes, en el marco de la globalización, su esfuerzo de integración regional mediante la creación, por vez primera, de una institución que se erige como la legítima representante de todos los países del área: la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC).
Las relaciones internacionales se han diversificado y extendido a países y regiones del mundo con los cuales se tenía escasa relación. El Brasil forma parte de un grupo de economías emergentes conocido como BRICS, integrado, además, por Rusia, India, China y África del Sur.
Más aún, Brasil, conjuntamente con México y Argentina, son miembros, a su vez, del poderoso G-20, creado a raíz de la crisis financiera global, en el 2008, con lo cual se le reconoce importancia y peso específico como potencias regionales.
Hay matices diversos en la forma de conducción de la política en cada uno de los países. Los hay desde corte conservador, izquierda moderada y nacionalista popular. Pero lo más importante es que, salvo Colombia, no hay conflictos armados en la región, y todas las controversias se resuelven por vía pacífica.
El encuentro de intelectuales en la Casa de América Latina en París sirvió para poner a la región en el corazón del debate sobre la globalización. Para el futuro, ya la Cátedra sobre América Latina y la Globalización del Centro de Estudios Globales de la Maison des Sciences de l’Homme, anuncia nuevos diálogos, conferencias, paneles e investigaciones.
Procuraremos que la República Dominicana, lugar por donde empezó el diálogo entre civilizaciones, siempre esté presente.